“De nuevo el 11-M. Nuestro pequeño homenaje” por Rosana y Mónica Pereira

FOTO_ROSANAYMONICA_HAZTUAEn muy pocos días será de nuevo once de marzo, esa fecha fatídica que en el año 2004 quedó grabada a fuego en el corazón de todos los españoles.

¡Diez años ya!

Para muchos de nosotros es toda una vida; recordamos aquella fecha una vez al año con la ayuda de los medios de comunicación que cubren la información desde distintos ángulos tratando de ser lo más respetuosos posible con los afectados y haciéndoles ver que, ellos y sus seres queridos, están en nuestra mente y en nuestros corazones.

Unos días antes empezará la cobertura mediática; hablarán de los protagonistas, recordarán aquel día desde los ojos de los profesionales que participamos en la intervención, desde la óptica de los familiares, de las víctimas directas o indirectas… Darán una visión optimista centrada en la resiliencia (capacidad que tienen las personas para sobreponerse y crecer tras vivir un hecho traumático) o quizá una visión más dura hablando de las secuelas de por vida de algunos afectados…

Van a buscar enfoques originales y siempre dirigidos a la población general, para que puedan saber lo que está ocurriendo en el presente…

Entre todas esas personas está esa madre que perdió a su hijo, ese joven que perdió su pierna, esa adolescente que, siendo muy niña, perdió a un padre o una madre sin entender nada de lo que estaba ocurriendo; y estará también aquel vecino que presenció desde su balcón el grotesco espectáculo de los vagones del tren convertidos en un amasijo de hierros y vidas perdidas, ese hombre que bajó mantas, arrancó puertas para utilizarlas como camillas, que pasó horas y horas tratando de dar una segunda oportunidad a los pasajeros que habían quedado en un limbo extraño entre la vida y la muerte. Están todos ellos: los PROTAGONISTAS de aquella historia que mostró al mundo la gran capacidad de ayuda que tenemos los españoles, la solidaridad más cruda sin pensar en uno mismo ni en las consecuencias que iban a tener en su mente aquellas imágenes de dolor y de muerte.

A ellos también llegarán los medios de información, y en ellos hay que pensar cuando se monten los reportajes, se redacten los artículos, se elijan las imágenes y las palabras a utilizar.

Pasados ya diez años, nuestros protagonistas vivirán en una dualidad que les puede resultar difícil de manejar: Sentirse reconfortados por el reconocimiento social, por saber que la sociedad no olvida ese día aciago que cambió el resto de sus vidas y, al mismo tiempo, necesitar pasar página para siempre y continuar con su nueva vida como un ciudadano más, sin protagonismos.

A veces nos preguntamos ¿Cómo podemos ayudarles en este momento? ¿Cómo hacer para que se sientan lo mejor posible?

  • Escuchando su voz, sus peticiones y necesidades
  • Aceptando sus silencios, su falta de interés en colaborar en los actos de homenaje
  • Estar ahí, en silencio, presentes.
  • Comprendiendo su derecho a querer y a no querer, a reír y a llorar diez años después.

Lo que necesitan de nosotros es saber que, sientan lo que sientan, hagan lo que hagan, nosotros permanecemos disponibles, sin juzgarlos ni presionarlos. Ese será el mejor homenaje.

Desde estas líneas, como profesionales que colaboramos en la atención a supervivientes y familiares, nuestro homenaje no puede ser otro que mostrar nuestro agradecimiento a todas aquellas personas que, con el alma rota, nos permitieron acercarnos a prestarles nuestro apoyo y que, sumidos en el dolor y la desesperación, sacaron unos segundos de fortaleza para darnos las gracias por nuestra labor. Eso sí es ser grande.

Muchas gracias.

Rosana y Mónica Pereira Davila
Responsables de Haztúa Psicología Positiva
www.haztua.com

“Diferentes formas de gobernar: sí hay diferencias” por Manuel Robles

Manuel RoblesExiste una corriente de opinión muy extendida, poco matizada, y sobre todo interesada, respecto al “todos son iguales” que me ha producido siempre una enorme preocupación y sobre todo una sensación de injusta percepción. Cierto es que en la actualidad la política con mayúsculas está llena de condicionantes, de determinismos socioeconómicos dirigidos desde el poder financiero mundial, donde los gobiernos aparecen como rehenes de estos poderes. Poderes muy opacos, que no se presentan a las urnas, que no responden ante la sociedad de sus errores, y la mayoría de las veces tampoco ante la Justicia. Pero son determinantes a la hora de producir verdaderas hecatombes económicas que tienen consecuencias sociales tremendas. Cierto es que la política ha estado y está salpicada de algunos comportamientos indignos, pero la gran mayoría de los que tenemos responsabilidades políticas o de gobierno nos dedicamos con total dedicación y honestidad a intentar mejorar nuestras ciudades en todos los campos que afectan al bienestar de las personas. Por lo menos desde una ideología progresista y de izquierdas.

Y desde esta ideología quiero defender que TODOS NO SOMOS IGUALES. Hay diferencias muy notables en las formas de gobernar y en las políticas que se aplican. No es lo mismo, como se puede comprobar hoy con toda crudeza, un gobierno de izquierdas que uno de derechas. Y lo digo desde mi experiencia de gobierno de un Ayuntamiento como el de Fuenlabrada, donde teniendo unas competencias y recursos muy limitados, cada día más cercenados por el gobierno del PP, nuestra forma de gobernar es muy diferente.

Demostramos que es posible hacer compatible una gestión económica solvente con unas políticas de marcado acento social. El gobierno municipal que presido destina más de un 50% al gasto social, a ayudas a las familias, a potenciar la igualdad, la participación, la cultura, el deporte, o la formación para el empleo, entre otras actuaciones de marcado acento social. Desde la izquierda se pueden racionalizar gastos, pero nunca privatizar servicios públicos esenciales como la sanidad, la educación, o las políticas de apoyo a los más necesitados. Desde la izquierda se actúa con políticas de igualdad y de defensa del Estado de Bienestar, de avanzar en derechos y libertades. No se utiliza la religión como arma ideológica y se respetan la separación de poderes dentro de un Estado Democrático. Se tiene sentido y sensibilidad sobre el interés general. Se gobierna con una visión progresista y cohesionada de la sociedad.

Estos valores, esta ideología, estas actuaciones marcan la diferencia. Los ciudadanos con su voto pueden optar por esa diferencia. Es la gran esperanza de la gente, pese a quien pese.

Les deseo lo mejor para el Nuevo Año 2014

Manuel Robles Delgado
Alcalde de Fuenlabrada
 

 

“No es momento de ser lamprea” por Miguel Aguado

Miguel AguadoEn una reciente comparencia del Director General de Telemadrid en la Comisión de Control de Telemadrid y Onda Madrid en la Asamblea de Madrid, comisión en la que soy Portavoz por parte del Grupo Parlamentario Socialista, justificó este el modelo de privatización de nuestra televisión pública como una adaptación a la situación económica del país; y para ello usó la siguiente cita del naturista Charles Darwin:

“Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; sino aquellas que se adaptan mejor al cambio.”

 Mi respuesta y la reflexión que realicé es la base de mi artículo, me explico:

El animal que quizás mejor se adaptó al cambio puede ser la lamprea, un animal que ha conseguido adaptarse a todo y que tiene 500 millones de años de historia. Vive, generalmente, en el fango y se mueve bien en esos entornos. Pero tiene una característica que me llama la atención, es uno de los animales más tontos. Supo adaptarse si, pero nadie quisiera ser una lamprea.

Es evidente que vivimos un momento muy difícil en nuestro país y en nuestra sociedad. Vivimos una crisis no sólo económica, sino de modelo de sociedad, de modelo económico, de valores éticos, morales, humanísticos, espirituales o como queramos llamarlo. Pero, al tiempo, debemos ver que es una oportunidad de cambio, de evolución, de revisión del modelo, de evolución sobre él. 

Hace más de 30 años España tuvo un cambio y una evolución ejemplar, se aprobó una Carta Magna que sirvió como marco de relación, desarrollamos un crecimiento económico, de innovación y de modelo de sociedad muy positivo. Se universalizaron la sanidad y la educación (por cierto con gobiernos socialistas) y muchas cosas más.

Hoy, las cosas han cambiado. Con una renta cuatro veces superior a la que teníamos cuando esto comenzó nos dicen que el sistema no puede mantenerse. Yo no lo creo, pero parece que es algo asumido. Es un momento de cambio, si; pero no todos apuntan en la misma dirección.

Si hiciésemos caso de la opinión del conservador, muy conservador, … pero que muy conservador Director General de nuestra tele regional lo que deberíamos hacer es plegarnos, escondernos, limitarnos a tratar de comer, en silencio y no pensar. Es lo que ese pensamiento define, desde su posición privilegiada por cierto, como adaptación a las circunstancias, es decir: conservadurismo en estado puro. Conservar lo elemental, lo básico, lo mínimo y no hacer más.  Otros pensarán por nosotros.

Yo digo NO. Creo que es ser momento no de estar quietos y encerrarnos en nosotros mismos, sino de pensar, trabajar por mejorar nuestra sociedad, nuestro entorno,… de buscar una evolución en nuestra sociedad. Sin miedos, sin versiones light, sino en profundidad

Una de las especies que mejor evolucionó fueron los homínidos, se adaptaron si, pero algunos a partir de erguir la cabeza, de tratar de ver que hay tras los matojos, empezó a utilizar herramientas, a usar su cerebro y crecer, evolucionar y tener algo fundamental: sentimientos. 

Tengo claro que es un momento de cambio real, aprovechemos la situación para evolucionar, para mirar por encima de la crisis, mirar el horizonte y tratar de  pensar y actuar. Cambiar y evolucionar. Cambiar todo lo que sea necesario cambiar. Yo lo llamo ReEVOLUCIÓN. ¿Se apunta Usted?, amigo lector, a pensar y evolucionar o ¿piensa que es momento de ser lampreas? 

 

Miguel Aguado Arnáez
DIPUTADO
Grupo Parlamentario Socialista
Asamblea de Madrid
 

«Del Inmovilismo Ilustrado y otros derroteros…» por Guillermo Infantes Capdevila

FOTO_GUILLERMOINFANTESSi hay algo que caracteriza a nuestro país y al conjunto de los individuos, y digo bien: individuos, que lo conformamos es la rigidez, el inmovilismo y la falta de capacidad de adaptación. Tomamos por dado todo lo heredado, apenas ponemos en tela de juicio lo instaurado ni nos preguntamos el porqué de los orígenes de aquello que nos rodea. Vivimos de las rentas de un tiempo pasado cuyas fórmulas se han quedado obsoletas, la vieja receta de la ‘Coca Cola’ para trastornos estomacales puede que aún surta efecto en nuestras barrigas, pero hemos de reconocer que un estancamiento en, por poner un ejemplo, los métodos medievales de labranza hubiese supuesto un verdadero atraso en nuestro desarrollo como sociedad.

A cada tiempo le acontece una circunstancia, y cada una merece un análisis que refleje sus síntomas o dolencias. Para placarlas se llevan a cabo acciones, en muchos casos valientes y desbordantes de coraje. Las revoluciones entienden o avistan un mal social, tratan de ponerle remedio, actúan y se arrojan a un cambio radical del orden estipulado o marcado.

Una Constitución nace de un sentir como pueblo, sienta unas bases que, como ciudadanos, hemos querido que se protejan para afianzar un cierto compromiso como sociedad y soldar unas pautas que respondan a nuestra organización de comunidad. De lo que se trata ahora es de analizar si lo que se enmarcó, mejor dicho, lo que se blindó hace ya 34 años puede hacer frente al ciudadano contemporáneo, si supone una herramienta útil que estructura nuestro Estado y actúa como raíz de nuestros intereses sociales. “La Pepa” emanó de las inquietudes populares en un convulso 1812, quiso ser vanguardia en su tiempo y se podría decir que se amoldó a la situación que se daba en España incluyendo la separación de poderes y el sufragio universal masculino como clara respuesta a las exigencias sociales.

El principio de “estímulo – respuesta” es algo que me fascina, creo que rige todo en este mundo, y la rigidez deriva en determinadas ocasiones de una carencia de respuestas a estímulos o, al menos, cuando éstas se quedan cortas. Los españoles damos pequeños estímulos, estamos desencantados con la clase política y por eso salimos a la calle, hacemos ver nuestras preocupaciones con las políticas de ahorro que cobran vida en forma de recortes, mostramos dudas ante la cuestión territorial… Y la respuesta que obtenemos en muchas ocasiones por parte del gobierno nos es mediocre, y esto nos conduce a la indignación que es respondida, en ocasiones, con palos en vez de con ideas y cambios. Segregamos y no aunamos voces, cantos y virtudes.

Volviendo al hilo de la Constitución de 1978, fue rompedora con el turbio pasado de nuestro país. Alberga todo aquello que era imprescindible para un progreso democrático tras un régimen dictatorial, era necesario para esa circunstancia. Tocaba la cuestión territorial, el sistema electoral, daba pie a una estabilidad que se veía como vital… Pero todo es relativamente efímero, también las constituciones si varía la situación de un país. De ahí la rigidez de España, el inmovilismo, la cuasi pasividad para dar por asentado e inmutable lo que, de por sí, debería ser flexible y actuar como bisagra para el avance y no como elemento entorpecedor para el cambio. Anclar una Constitución está bien, de hecho constituye el fin en sí mismo de una Constitución, pero se debe poder pivotar sobre ella, si no nos sumerge en el atraso y lo que se ancla es al propio país con un marco arcaico o, cuando menos, obsoleto.

Es oportuno estos días hablar de unidad nacional y de espíritu patrio, llueven críticas por parte de los que defienden la unidad territorial dirigidas a los secesionistas y viceversa, tachándose mutuamente de ‘ignorantes’ y ‘retrógrados’. Es curioso cómo todo desemboca en una adaptación del ciudadano a lo establecido, ¿y es que a nadie se le ha ocurrido plantearse que es la estructura la que se tiene que amoldar a los integrantes de la comunidad? Surgen dudas, pues modificar el marco constitucional sería como intervenir a pecho abierto a toda una nación, y no todos están por la labor de someterse a tan arriesgada operación. Las sensibilidades están altamente sensibles, hablar de un cambio de la Constitución en cualquier materia parece suponer la hecatombe social de este país. Lo que nos une y lo que nos unió hace ya más de una treintena de años requiere una adaptación. Como diría Ortega “somos hijos de nuestro tiempo”, nuevas generaciones nos adentramos en el panorama actual y vemos el tinte nacional desde un punto de vista muy diferente de cómo se vio tras la transición, el sistema parece haber sido una vieja gloria que se ha postrado y no tiene pensado reciclarse cuando, quienes forjamos y debemos vernos reflejados en el mismo, somos nosotros.

¿Por qué tanta reticencia al cambio? Vivimos con un sistema electoral que garantizaba estabilidad política en una época en la que era de tamaña importancia mantener un sistema férreo y que no fuese a bandazos. Ahora hay que abogar por el pacto, por el consenso una vez más, pero desde otra línea. Un sistema proporcional donde se trabaje por lograr la unión, una cámara que responda a las necesidades territoriales y donde se debatan cuestiones de esta competencia. Desde sectores de la izquierda se hace un llamamiento al federalismo, pero es como un grito que queda ahogado puesto que no se defiende nada verdaderamente tangible y entendible entre los ciudadanos, suena como un pequeño silbido de conciencia de razón ante el desmadre más absoluto.

Desde luego se ha avanzado a un ritmo vertiginoso en materia democrática, pero quizás nos hace falta un nuevo impulso, algo que nos entusiasme en este proyecto común que tenemos entre manos y que ahora quema, y nos duele. Una regeneración política y constitucional no sería un mal comienzo, pero por supuesto requiere esfuerzo y valor, mucho valor y coraje.

Guillermo Infantes Capdevila
Representante estudiantil UC3M
Área de Estudiantes del Consejo de la Juventud de Alcobendas

«Madride» por Adolfo Suárez

Hay casi tantos Madrid como personas lo disfrutan, lo odian, lo pasean o lo añoran. Hay tantos Madrid que quizás podríamos llamar a esta ciudad-ciudades Madride

El Madride de los Reyes, las princesas, los palacios. El Madride los que gobernaron un mundo que se extendía más allá, siempre más allá. De la razón, del oro y la plata, de los sueños de los que iban o de los que venían. Buenos y malos monarcas, pérfidas princesas, Duques de espada en mano y duelo presto, Condes de tanta alcurnia como peso, Baronesas altivas y Heraldos de sangre noble y bolsa pobre. Buscavidas notables y perdonavidas peligrosos. Un Madride Alatristes y embozados. Una ciudad de mucha corte y poca confección.

El Madride Baroja, de Quevedo. De Cervantes, de Hernández, de Góngora y su nariz, de Fortunata yPérez, de Jacinta y de Galdós. El Madride Max Extrella, de Unamuno y Valle Inclán. Madride rimas y leyendas, de Gustavos y Adolfos, de «¿Que es Poesía?, Madride eres tú. Madride escritores, soñadores y sus mezclas. Madride de sonetos, novelas, versos cortos y asonantes, teatros y tertulias. Madride Café Gijón.

El Madride los rebeldes, de los del «no pasaran», del Dos de mayo. El Madride de las derrotas, de los puños en el suelo, de las ilusiones calladas. El Madride «levántate de nuevo». La ciudad comunera, de calles brigadistas. El Madride un catorce de abril de risas por banderas.

El Madride las fiestas, de jaranas y reuniones. Madride de siempre la penúltima, la próxima a mi cuenta. Madride de cervezas en Latina, Vermouth en Las Vistillas, Sidras en Mingo, vinitos donde quieras. El Madride de los que nunca duermen ni dejan dormir a veces. El Madride las tres de la mañana, de los ojos brillantes, de los de tu casa o la mía. De los portales, de las esquinas oscuras, de los besos robados, de las farolas testigos. El Madride estudias o trabajas, usas Twitter o Facebook, de requiebros y desdenes, de amanecer con churros en San Ginés.

El Madride los barrios. De una tienda en Chamberí, una taberna en Vallecas, un cuchitril en Latina, una casita en Aluche, un bar muy majo en Usera o una peluquería en Moratalaz. Madride paseos por pequeños pueblos sin salir de la ciudad. Madride de Holas, Buenas Noches, Señora, como va su hijo, que fue de su vecina, como ha subido el gas. Madride cerca, de compartir acera, calle y escaso aparcamiento. Madride vecinos del quinto, de alquilados del tercero, de un viajante de Sestao realquilao en Casa Paca.

Madride todos. Malos, buenos y de los que progresan adecuadamente. Madride mil rincones, mil leyendas, mil milis, dos mil besos. Madride las prisas para uno y del Retiro para otros. Buses y metros, coches y atascos. Nada es Madrid ni mentira, todo es según del Madrileño que lo mira. Madride de gente que llega sin ganas de llegar, de personas que viven para salir en cuanto dan las puente en el reloj. Madride gente de colores, de hombres grises, de niños, de viejos en la obra que luego llegan tarde a los Bailes de Salón.

En fin, Madride ti.

Adolfo Suárez, escritor