(Pero no lo es; por desgracia… Más parece una pesadilla, que está durando demasiado, y de la que no saben o quieren (o ambas cosas) hacernos `despertar´ para que no siga causando más damnificados.)
“Érase una vez un reino situado en los confines de un antiguo y privilegiado continente, admirado y envidiado desde tiempos inmemoriales por naciones vecinas y lejanas por multitud de motivos, y que en tiempos remotos había sido uno de los países más ricos y poderosos del mundo, hasta tal punto que uno de sus monarcas acuñó el vanidoso dicho de que en su vasto imperio `nunca se ponía el sol´.
Pero he aquí que de un tiempo a esta parte el caprichoso destino y la diosa Fortuna le habían dado la espalda, y una racha de calamidades se cebaban despiadadamente sobre el desdichado reino. Justo es reconocer que aunque gran parte de esos desastres se debían a la inepcia y desidia de sus gobernantes, también era verdad que causas ajenas habían influido de manera fatal para su catastrófica situación; entre otras las brujerías, vilezas y perfidias llevadas a cabo por los hados malignos del poderoso y tenebroso reino de Wall Street a través de maniobras y hechizos basados en el capitalismo salvaje y el ultraliberalismo deshumanizado. O las mezquinas medidas impuestas por la Gran Maga, Frau Merkele; bruja mayor del prepotente Imperio Teutónico, un inmenso territorio que había logrado el vasallaje de casi todos los países del susodicho continente.
Sin embargo, las causas mayores para el nefasto statu quo que sufría el reino se debían a las políticas que aplicaban sus gobernantes que, gracias a su mayoría absoluta, podían hacer lo que les diera la gana; pasándose por el arco del triunfo la voluntad y aspiraciones del pueblo, e incumpliendo sistemáticamente y sin el menor pudor un montón de promesas y ofrecimientos electorales.
Por tanto, aunque resultaba escandaloso, las políticas laborales habían propiciado de manera flagrante el comportamiento inadmisible de muchos empresarios que, gracias a ellas, abusaban de los trabajadores con contratos viles y remuneraciones miserables ante la mirada indiferente de los responsables gubernamentales. Muchas empresas cerraban sus puertas o despedían a parte de sus empleados ante la crisis galopante y el círculo vicioso de la caída de la demanda de productos de consumo, y el agravante de no conseguir créditos por las barreras impuestas por las entidades financieras para frenar los riesgos de deuda y morosidad.
Simultáneamente, miles de ciudadanos eran desahuciados de sus viviendas al no poder cumplir con sus gastos hipotecarios por carecer de ingresos al perder sus trabajos. Los gobernantes miraban ajenos a otro lado, al mismo tiempo que inyectaban miles de millones de euros en las entidades bancarias para sacarlas de su ruinosa situación debida a sus malas prácticas, desfalcos y corrupciones.
Y eso precisamente: la corrupción, política y financiera, había llegado a alcanzar un nivel extraordinario e insostenible en la historia del reino; hasta tal punto que centenares de gerifaltes estaban imputados en procesos judiciales, e incluso familiares allegados a la monarquía estaban enfangados en ella.
La situación de desempleo ocupaba el triste honor de ocupar el primer puesto en el ranking de paro laboral entre los países y reinos colindantes. Entre los jóvenes el porcentaje era aún mayor; hasta el grado de que había dado lugar a que decenas de miles de jóvenes se vieran obligados a emigrar forzosamente (aunque la Gran Canciller de Asuntos Laborales, con eufemístico recochineo lo definía como `movilidad exterior´) para ganarse la vida; haciendo recordar la amarga y numerosa emigración ocurrida a mediados del pasado siglo. Con la diferencia de que ahora, muchos de estos jóvenes no eran jornaleros, sino gente con títulos universitarios totalmente inútiles y estériles en aquel reino.
Los sistemas públicos de Sanidad y Educación fueron recortados y agredidos hasta tal extremo de deterioro y degradación que habían conseguido hacer retroceder varias décadas los logros alcanzados… Y menos mal que gracias a las muchas y multitudinarias huelgas y manifestaciones de protesta por todo el reino llegaron a detener, en parte, los viles objetivos, impidiendo que las tijeras de la infamia siguieran recortando derechos adquiridos y haciendo estragos irreversibles.
Aprovechando el conocido axioma de que `en rio revuelto ganancia de pescadores´; algunos dirigentes políticos de Comunidades Autónomas del viejo reino –uno de los más antiguos y de mayor solera del continente-; amparándose en postulados y pretensiones nacionalistas -totalmente fuera de lugar, insolidarias y absurdas- conseguían adormecer sibilinamente a sus conciudadanos prometiéndoles el paraíso si conseguían el separatismo e independencia de su Comunidad. Consiguiendo con esa falacia no solo distraerlos de sus enormes y graves problemas sociales, laborales y económicos, sino además el enfrentamiento entre ellos mismos, y con el resto de habitantes del reino.
Mientras tanto, y ante la mirada perpleja y anonadada de la ciudadanía, el principal partido de la oposición (corresponsable, en cierta medida, de la situación socioeconómica); en estado semicatatónico, dedicaba su quehacer exclusivamente a lanzar himnos al sol, críticas y consignas más o menos anacrónicas, virtuales y demagógicas sin aportar ideas originales, factibles y rigurosas capaces de ilusionar a los frustrados y defraudados votantes y de producir una eficaz y drástica alternancia en el poder para sacar al reino del abismo de las tinieblas.
El tiempo transcurría imparable y todo seguía igual (o peor) para los súbditos de a pie de aquel país que, ni de lejos, veían para ellos `brotes verdes´ por ninguna parte, ni mejoras tangibles y palpables en sus vidas diarias. Así que continuaron sumisos y estupefactos con resignada y `jobviana´ paciencia esperando que las cacareadas mejorías que continuamente proclamaban los Cancilleres del Reino -en la macroeconomía, las finanzas, la banca, la Bolsa, la `prima de riesgo´, la confianza y recuperación de los mercados, la optimización (¿) del modelo productivo, etc., etc.-; algún día, sus presuntos efectos positivos, repercutieran también en su deprimido y deplorable devenir, a ser posible antes del fin del milenio…. Eso sí, muchos de ellos juraban y perjuraban que en las próximas elecciones no los votarían ni de coña.”
Y colorín, colorado, este pseudocuento, se ha acabado (de momento)
Tomás M. Serna
Exprofesor de Secundaria, comediógrafo, actor y director teatral
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