En fecha breve tendrá lugar un acontecimiento de especial relevancia en Europa. Se trata de las elecciones al Parlamento europeo. Hay quien opina que, dada la implacable e interminable crisis, su resultado pudiera ser de decisiva trascendencia para el devenir de este sufrido territorio del atlas mundial.
Naturalmente, también hay quienes tenemos bastantes incertidumbres al respecto; sin que ello implique necesariamente identificar a los euroescépticos con los eurófobos ni con los antieuropeos (al menos en mi caso) El presente artículo trata sobre este tema.
Cuatrocientos y pico de millones de europeos están llamados a las urnas; y se prevé un nivel de abstención y desafección popular hacia la UE bastante elevado. Algo lógico y comprensible dada la enorme desconfianza y frustración ciudadana, y el progresivo deterioro de las instituciones europeas, incapaces (por acción y omisión) de detener la degradación económica, laboral y social que martiriza a la casi totalidad de países de la Unión; obviamente a unos más que a otros.
Ante todo, siguiendo mi costumbre y fiel a la irreversible decisión adoptada hace años, no tengo reparo en declarar que me abstendré de participar en estos comicios. Entre otras razones, la decisión aludida tiene como principal fundamento mi negativa a acudir a las urnas hasta que no se instauren las `listas abiertas´. Aunque en los primeros años de democracia acepté las `listas cerradas y bloqueadas´; tiempo después consideré rechazable dicho sistema, y decidí no votar hasta que se me permitiera escoger y/o eliminar a los candidatos que las opciones políticas me presenten… Si se me impide ese libre albedrío y se me impone un listado inamovible de candidatos, sin posibilidad de anular a quienes, por las causas que sean, no quiero que me representen, simplemente no voto. Así de sencillo y elemental. Por supuesto, acepto y respeto las consideraciones discrepantes con mi decisión. Faltaría más.
Pero aparte de lo expuesto; que no tiene más valor que el simplemente subjetivo y anecdótico, hay cuestiones de mucho mayor calado y enjundia. Como las siguientes.
La política laboral de la UE está sujeta –igual que la económica y financiera- a planteamientos unilaterales comandados por los intereses partidistas del Estado líder: Alemania. Todos los demás, con mayor o menos disimulo y desvergüenza, bailan al son que `toca´ la todopoderosa Merkel en el Bundestag… Poco, o nada, les importa que la mayor fractura y desigualdad Norte-Sur de las últimas décadas se agrande día a día. Estados con más del 25% de desempleo subsisten en situación calamitosa junto a otros con solo el 5%. Y las medidas de ajustes y recortes salvajes se siguen aplicando de manera inmisericordes y contundentes, mientras la palabra solidaridad no pasa de ser una hipócrita entelequia. Al mismo tiempo, el majestuoso BCE se resiste a adoptar medidas necesarias y drásticas para detener la hemorragia social.
Es obvio que es más urgente e importante proteger y salvar bancos con problemas –muchos de ellos causados por mafiosos comportamientos de sus dirigentes- que proteger y ayudar a seres humanos, ante la indiferencia y/o desprecio de los magnates y élites poderosas. La clase política asentada en Bruselas está más preocupada y pendiente de controlar la inflación –o la deflación- , la deuda excesiva de los Estados, la reducción del déficit, las `primas de riesgo´, etc., etc., a través de dogmatismos economicistas y monetaristas excesivamente ortodoxos y de austeridad a ultranza, encorsetados con medidas de recortes infames hasta enflaquecer los Estados de bienestar a límites impensables e insostenibles; importándoles un pimiento si estas `soluciones´ conllevan la creación de más precariedad y desesperación de las clases menos pudientes… Al fin y al cabo, ellos están protegidos de miserias pertrechados en sus poltronas con sus elevados sueldos.
Por otro lado, la política exterior común de la Unión es prácticamente inexistente; subjetiva y basada en intereses particulares y coyunturales de cada Estado miembro. Su actuación en crisis mundiales está plagada de ambigüedad, incoherencia y falta de coordinación que, con frecuencia, raya en el ridículo. Hay multitud de ejemplos que ilustran y demuestran su inoperancia.
¿Y qué decir de la política de inmigración de la UE?… Sencillamente brilla por su ausencia. Y por su descarado carácter regionalista, en donde las medidas comunes a seguir son, a menudo, invisibles, estériles y, lo que es peor, en ocasiones contradictorias entre los distintos Estados. Es de una urgencia perentoria y dramática ponerse de acuerdo en esta cuestión, teniendo en cuenta que la inmigración en el territorio de la Unión ha crecido en un 40% en las últimas dos décadas; ¡en un continente que necesita ineludiblemente a los emigrantes debido a su imparable envejecimiento!
Y por último, y para no extenderme más, la política energética y medioambiental es casi onírica y esotérica. Y vergonzosa la actitud laxa y despreocupada de los países integrantes; en un espacio geográfico en donde la mitad del abastecimiento energético necesario procede de fuera de sus fronteras, mientras los Estados miembros discuten y rivalizan entre sí para ver quién saca más provecho y ventajas, y las interconexiones entre ellos son testimoniales o insuficientes. A la vez que las inversiones y normativas en energías limpias y no contaminantes son notoriamente escasas y ridículas…. Por lo visto, es necesario que surjan conflictos como el de Ucrania y Rusia para que la UE le vea las orejas al lobo y `se ponga las pilas´. Lamentable y patético.
En fin, este es, someramente, el panorama en el que nos encontramos en las próximas elecciones al Parlamento Europeo…. ¿Euroescepticismo? Quizá pero, reitero, nada que ver en lo que a mí respecta con Eurofobia… Ojalá, algún día a la UE se la pueda llamar, real y verdaderamente, los Estados Unidos de Europa y se convierta en un auténtico territorio federal, solidario, justo e igualitario; en donde el capitalismo financiero descontrolado y globalizado, causante de salvajes estragos socioeconómicos, ante la indiferencia y/o el Vº Bº de Gobiernos de todo signo, deje paso al humanismo…; en cuyo caso esta gran aventura geopolítica se convertiría en la mayor hazaña ocurrida en la historia del viejo continente. Pero eso, mucho me temo: `largo me lo fiáis´.
Tomás M. Serna
Exprofesor de Secundaria, comediógrafo, actor y director teatral
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